Siguiendo la tradición de la Orden de Santa Clara, nuestra comunidad de Clarisas de la Inmaculada, de vida plenamente contemplativa, profesa la Regla de Santa Clara de Asís (confirmada por Inocencio IV). Además de los consejos evangélicos (castidad, pobreza y obediencia), hacemos otros dos votos: el voto de clausura y el voto de consagración a la Inmaculada.

En nuestra contemplación,  nos separamos nunca  de Cristo la “Reina Santísima, Nuestra Señora, Madre de Dios, María”. Así como ella “llevó a Cristo materialmente en su vientre, así también, siguiendo sus pasos, especialmente en humildad y pobreza, nosotros también lo llevaremos espiritualmente en un cuerpo casto y virginal y contendremos dentro de nosotros a Aquel cuyo universo entero está contenido” (3CtaCl 2425).

En el misterio de la Inmaculada Concepción, las Hermanas se esfuerzan por conformarse cada vez más a ella y, según la intuición de San Maximiliano Kolbe, se comprometen a ser “llevadas en su seno” para “renacer en la forma de Jesucristo” (SK 1295), para ser cristificadas por ella.

La característica particular de nuestra comunidad monástica es la “Mariandad” expresada en particular por la consagración a la Inmaculada, tanto personal como comunitaria, contenida en el voto llamado “Voto Mariano”. Nuestra forma comunitaria de vida contemplativa es esencialmente oblativa, como “propiedad absoluta” de la Inmaculada, para todo el Cuerpo Místico, en apoyo de la Iglesia. Así, viviendo en un aislamiento oculto con Cristo en Dios, a quien nos consagramos en la totalidad del amor, la norma fundamental de nuestra consagración como Clarisas de la Inmaculada es llegar a ser “conformes a la imagen del Hijo”, a la semejanza de la Santísima Virgen Inmaculada, viviendo el Evangelio según San Francisco de Asís, Santa Clara y San Maximiliano María Kolbe.

Nuestro Seráfico Padre San Francisco, a través de su incesante contemplación de los Misterios de Cristo, se convirtió en una imagen conformada y nuestra Madre Santa Clara asocia continuamente a la Virgen con Cristo Redentor en sus escritos.

San Maximiliano M. Kolbe, Caballero de la Inmaculada, indica como medio “más corto, más seguro, más fácil”(SK 542), el de convertirse en “sirvientes e hijos, cosas, propiedades e instrumentos dóciles”(SK 1327) en manos de la Inmaculada, Madre y Reina Corredentora.

Las Hermanas, por lo tanto, se conforman a Cristo a través de su “ilimitada, incondicional e irrevocable” (SK 326) consagración a la Inmaculada y, a través de una vida religiosa de oración, pobreza y penitencia, desean cantar las maravillas que la Santísima Trinidad ha realizado en la Inmaculada, haciendo vivir en plenitud la dimensión mariana de la vida contemplativa según la Regla de Santa Clara.

De esta manera, la intención de San Maximiliano de unir su propia vida en la tierra a la vida de Jesús a través de María se realiza para nosotros. “Cuanto más pertenezcamos a la Inmaculada, más perfectamente comprenderemos y amaremos al Corazón de Jesús, a Dios Padre y a toda la Santísima Trinidad” (SK 605). En otro lugar, San Maximiliano escribe: “Amar al Inmaculado por amor al Sagrado Corazón de Jesús, darle el mayor placer posible, cumplir su voluntad, recorrer el camino que Él indicó con el ejemplo y la enseñanza, obtener la fuerza para cumplir sus mandamientos” (SK 1272). Y más aún: “esta es la única manera de alcanzar la más fácil y sublime santidad, para obtener la mayor gloria posible para Dios” (SK 1325).