Mucho, talves demasiado, se ha ablado y escrito , de la relación entre San Francisco y Santa Clara, y tanto generalizaciones han distorcionado esta sublime relación.

S. Juan Pablo II, en un discurso a las Clarisas del Protomonasterio, dijo: “Es realmente difícil separar estos dos nombres: Francisco y Clara. Estos dos celebridad: Francisco y Clara. Estas dos personajes legendarios: Francisco y Clara […] Contienen dentro de ellos una gran profundidad que sólo se puede comprender con los criterios de la espiritualidad franciscana, cristiana y evangélica; que no se puede comprender con criterios humanos” (Juan Pablo II, Discurso a las clarisas de Asís, 12 de marzo de 1982).

El primer biógrafo de San Francisco declaró: “Cuando el Padre, después de las muchas pruebas de la más alta perfección que le había sido dada, reconoció a las hermanas dispuestas a soportar por Cristo cualquier mal terrenal y cualquier sacrificio para no desviarse nunca de las santas normas recibidas, les prometió firmemente a ellas y a los demás que profesarían la pobreza en la misma forma de vida, que les daría su ayuda y consejo y el de sus hermanos a perpetuidad.

Mientras vivió, cumplió siempre escrupulosamente estas promesas y, mientras estuvo a punto de morir, ordenó con solicitud que se mantuvieran siempre: porque, dijo, un mismo espíritu sacó de este mal mundo a los hermanos y a estas pobres mujeres” [Mem CLV, 204; FF 793].

Este testimonio es de capital importancia por al menos dos razones a favor de la autenticidad de los cuidados afectuosos que San Francisco reservaba a las “hermanas pobres” de San Damián: La primera es que Santa Clara y sus hermanas estaban todavía vivas en el momento de la redacción de la obra de Celano y habrían rechazado esta afirmación si no hubiera sido cierta; la segunda es que esta “memoria” forma parte ciertamente del material recibido por la Curia General por orden del General Crescenzo da Iesi, para colmar las lagunas de la primera biografía del pobre de Asís, que tanto había suscitado la crítica de los frailes. Las de San Francisco y Santa Clara no son dos vocaciones diferentes, sino una misma vocación declinada en términos masculinos y femeninos.

Por lo tanto, se puede decir que no se puede ser “franciscano” si no se es “clariano”, respetando la especificidad del propio carisma, suscitado por el Espíritu. Bueno, en la historia de la Iglesia esto se ha repetido muchas veces. A menudo, detrás de un gran santo hay una grande santa y viceversa.

S. Francisco exhortó a las hermanas a ser fieles a su vocación. Testigo de ello es la exhortación “Audite”, “poverelle”, pero sobre todo los escritos conocidos como “Forma vitae” y “Ultima voluntas”. Estos escritos que la Santa consideraba tan importantes que “colocó estas palabras en el capítulo central de su Regla, reconociendo en ellas no sólo una de las enseñanzas recibidas de la Santa, sino el núcleo fundamental de su carisma, que se describe en el contexto trinitario y mariano del Evangelio de la Anunciación. San Francisco, de hecho, vio la vocación de las Hermanas Pobres a la luz de la Virgen María, la humilde sierva del Señor, que bajo la sombra del Espíritu Santo se convirtió en la Madre de Dios. La humilde sierva del Señor es el prototipo de la Iglesia, Virgen, Esposa y Madre (Mensaje de San Juan Pablo II, con motivo del 750 aniversario de la muerte de Santa Clara, 9 de agosto de 2003).